sábado, 2 de febrero de 2013

LAS PRIMERAS REGATAS


Las regatas hace más de dos mil años atrás


Por Carlos M. Saguier Fonrouge







Esta regata de trirremes relatada por Virgilio, es por el momento la referencia más antigua y completa de las competencias en el mar. En la actualidad se recuerda más la evolución del yachting, que aparece recién a finales del siglo XVII, que los verdaderos orígenes de la navegación de placer. En la historia universal, y a través de la literatura clásica y de diversas fuentes irrefutables, los orígenes de la navegación de placer se remontan en realidad varios milenios atrás.


                    En Sicilia, al sur de Italia, se extienden una serie de puertos que tuvieron una gran actividad varios siglos antes de la era cristiana.
                    Se calcula que Siracusa fué fundada por Eneas alrededor del año 734 a.J.C.  Hoy se pueden encontrar una serie de templos y ruinas muy antiguas que sirven de testimonio de la cultura alcanzada en aquella época.



 La Isla Ortigia, muy proxima a la costa, posee un puerto pequeño  al norte llamado Lakkios, y otro puerto natural más grande al sur.



                     Virgilio, nos relata en la Eneida con gran detalle, los prolegómenos, el desarrollo y el final de las primeras regatas, en forma escrita, que nos han quedado como testimonio de aquellos juegos deportivos que se remontan en el tiempo, y que probablemente dieron origen luego a las famosas Olimpíadas.
                    Y extractamos del Capítulo V de la Eneida, los siguientes relatos:

                    Dirígese Eneas a Italia, y por segunda vez arriba, impelido por una tempestad, a las costas de Sicilia, donde le acoje amistoso el rey Acestes; celebra sacrificios y grandes juegos fúnebres en el sepulcro de su padre Anquises:
                     Regatas, carreras de pié, luchas con el cesto, tiro al blanco, carreras de caballos y simulacro de un combate de caballería, dirigido por el niño Ascanio y los demás mancebos troyanos y sicilianos; origen de los juegos de este nombre, renovados en tiempo de Augusto.
                    Llegó al fin el suspirado día; ya los caballos de Faetonote traían la serena luz de la novena aurora, ya atraídos por las fama y el nombre del ilustre Acestes, acudían los pueblos comarcanos y llenaban en alegre tropel las playas, ansiosos unos de ver a los troyanos y otros dispuestos a tomar parte en las luchas.
                 Colócanse lo primero, a la vista de todos y en mitad del circo, los dones destinados a los vencedores, sagradas trípodes, verdes coronas, palmas, premios del triunfo, armas, ropas recamadas de púrpura, y talentos de plata y oro, y desde la cima de un collado anuncia la trompeta que van a principiar los juegos.
                 Rompen la lucha con sus pesados remos cuatro naos iguales, elegidas entre toda la armada.
Impele a la veloz ¨Priste¨ con fuerza de briosos remeros Mnesteo, que pronto será ítalo y de quien toma su nombre el linaje de Memmio; Gías rige la colosal ¨Quimera¨ ,semejante por su grandeza a una ciudad, la cual impele con triple empuje la juventud troyana, dispuesta en tres órdenes de remeros; Sergesto, de quien toma nombre la familia Sergia, monte el enorme ¨Centauro¨ , y la verdinegra ¨Scila¨, Cloanto, de quien desciende tu linaje, ¡Oh Romano Cluento!
               Alzase a gran distancia en el mar, frontero a la espumosa costa, un risco que suele quedar sumergido bajo un remolino de revueltas olas cuando los cauros invernales ocultan las estrellas; cuando calla la mar serena, vuelve a alzarse sobre las inmobles olas, asilo grato a los mergos, que allí acuden a calentarse al sol.


              En aquel sitio pone el caudillo Eneas por meta una frondosa encina, que sirviese de señal a los marineros para que, llegados a ella, diesen la vuelta al risco y se tornasen a la playa.
              Toman en seguida por suerte sus puestos los capitanes, que, de pie en las popas, resplandecen a lo lejos, cubiertos de oro y púrpura; la restante juventud troyana se corona de ramos de álamo, y bañadas de aceite las desnudas y relucientes espaldas, toman asiento en los bancos de las naos, y de la mano en el remo, todos aguardan anhelosos la señal, devorados por el sobresalto que hace latir con violencia sus corazones y por una impaciente sed de gloria.
               De allí, apenas el sonoro clarín dio la señal, todos precipitadamente arrancan de sus sitios; la grita de los marineros llega al firmamento; cúbrese de espuma la mar, batida de los forzudos brazos; hiéndenla las naves con iguales surcos y ábrese toda ella al empuje de los remos y de las ferradas proas de tres puntas.
              No tan rápidos los carros tirados por dos caballos luchan a la carrera cuando se precipitan del vallado en la liza; no más impacientes los aurigas sacuden las ondeantes riendas sobre el aguijado tiro y se inclinan sobre él para más aquijarle.
              Resuena entonces todo el bosque con aplausos y las fervientes aclamaciones de los que se interesan, ya por unos, ya por otros, y las playas retumban con el vocerío, y los collados, heridos por él, lo repiten con sus ecos.
             Lánzase el primero de entre la clamorosa muchedumbre, y deslizándose por las olas delante de todos, Gias, a quien sigue de cerca Cloanto, con mejores remeros, pero retardado por el gran peso de su nave. En pos de éstos, y a igual distancia, la ¨Priste¨ y el ¨Centauro¨ pugnan por cogerse la delantera, y ora se adelanta la ¨Priste¨, ora vence el gran ¨Centauro¨ y ora avanzan las dos, juntas las proas, y con sus largas quillas surcan las salobres olas.
              Ya se acercan al peñasco y llegaban casi a la meta cuando Gias, que era el que llevaba más ventaja, grita a su piloto Menetes:


Un buen lugar para la entrega de premios


            ¿ Por que te tuerces tanto a la derecha ? Endereza por aquí el rumbo: acércate a la playa y haz que los remeros rasen las peñas de la izquierda; deja a los otros la alta mar¨
              Pero Mentes , temeroso de los bajíos, tuerce la proa en dirección hacia la mar.
          ¿ A donde tuerces? ¡ A las peñas Mentes !¨ - Le gritaba nuevamente Gías , cuando he aquí que ve a sus espaldas a Cloanto , que le va al alcance y está ya más cerca que él de las peñas.
            Cloanto , en efecto, metido ya entre la nave de Gias y las sonoras peñas, va rasando el derrotero de la izquierda , coge de súbito la delantera a su rival y dando la espalda a la meta boga seguro por el piélago.
           Inflama entonces el pecho del mancebo un profundo dolor, baña el llanto sus mejillas y, olvidando su propio decoro y la salvación de sus compañeros, arroja de cabeza en el mar, desde la alta popa, al tardío Menetes, y poniéndose de piloto en su lugar, dirige la faena y endereza el timón hacia la playa
          Entre tanto Menetes, quebrantado ya por los años, logra, en fin, a duras penas salir del hondo abismo, y todo empapado y chorreando agua sus vestidos, trepa a la cima del escollo y se sienta en la seca piedra.
           Riéronse de él los teucros, viéndole caer y nadar, y de nuevo se rieron viéndole arrojar por la boca las amargas olas.
            Entonces los dos que estaban los últimos, Sergesto y Mnesteo, arden en alegre esperanza de adelantarse al retrasado Gías.
             Avanza Sergesto y se acerca al peñasco, pero no logra llevarle de ventaja todo el largo de su nave; sólo una parte le adelanta, y la otra va acosada por la proa de su rival, la Priste.
            En tanto Mnesteo, recorriendo su nave, exita así a los remeros:
            Ahora, ahora es la ocasión de hacer fuerza de remos, ¡oh compañeros de Héctor, a quienes por tales elegí en el supremo trance de Troya !
            ¡Desplegad ahora aquel esfuerzo, aquellos bríos que demostrasteis en las sirtes gétulas y en el mar Jónico y en las rápidas ondas de Malea!
             Ya no aspira Mnesteo al primer lugar ni lidia para vencer, aunque acaso...., pero triunfen, ¡oh Neptuno!, los que tanto favor te han merecido . Mueváos la vergüenza de volver los últimos; echad el resto por evitaros, ¡oh compañeros!, tamaño oprobio¨ Echan todos, en efecto, el resto de su empuje; treme la ferrada nave bajo sus pujantes golpes y se desliza rápidamente por el mar. Precipitado resuello agita sus miembros y sus resecas bocas, y el sudor les chorrea por todo el cuerpo.
             Una casualidad les proporcionó el anhelado honor, pues mientras, Sergesto, ciego de impaciencia, va a arozar con su proa el peñasco, metiéndose en demasiada estrechura, encalla el infeliz en las salientes puntas de los bajíos.
              Retemblaron las rocas, troncháronse los remos contra sus agudas puntas y de ellas quedó suspendida la rota proa.
              Los marineros se levantan y quedan inmóviles, lanzando un gran clamoreo y hechando mano a los herrados chuzos y a las agudas picas, sacan del agua los quebrantados remos.
              En tanto, Mnesteo, enardecido aún más con aquél próspero suceso, después de estimular el brío de sus remeros y de invocar a los vientos, endereza el rumbo hacia la playa y vuela por el tendido piélago.
             Cual paloma sorprendida de súbito en la cueva de esponjoso peñasco, donde tiene su asiento y dulce nido, se precipita volando hacia la campiña, y despavorida bate las alas con gran ruido, y luego, deslizándose por el sereno éter, hiende el líquido espacio sin mover apenas las veloces alas, tal vuela Mnesteo, tal la ¨Priste¨, que hasta entonces se había quedado la última, corta las olas; tal arrebata su ímpetu.
            Lo primero deja atrás a Sergesto, reluchando por desprenderse de un profundo escollo, encallado su barco, pidiendo inútilmente auxilio y pugnando por seguir adelante con los rotos remos; y luego persigue a Gías y a su grande y pesada ¨Quimera¨, que, privada de su piloto, sucumbe en la lucha.

Reconstrucción actual de un trirreme griego

           Sólo quedaba ya Cloanto, casi en el término de la carrera; Mnesteo le persigue y le acosa, echando el resto de sus fuerzas, con lo que sube de punto el clamoreo y todos los espectadores le estimulan al alcance, haciendo resonar el espacio con sus gritos.
            Desprecian los de Cloanto el ganado honor y la victoria casi alcanzada, si no la alcanzan del todo, y ansían dar la vida por conseguir el lauro; alentados con la ventaja que van obteniendo, los de Mnesteo pueden vencer, porque creen poder hacerlo, y acaso las dos galeras hubieran obtenido juntas el premio si Cloanto, tendiendo hacia el mar ambas palmas, no hubiera prorrumpido en plegarias, invocando de esta suerte a los dioses:
¨         ¡ Oh númenes a quienes pertenece el dominio del mar, por cuyas olas vuela mi nave, yo inmolaré gozoso ante vuestras aras en la playa un toro blanco, de ello hago voto solemne, y arrojaré sus entrañas a las saladas ondas y verteré en ellas consagrados vinos!¨- Dijo, y todo el coro de las Nereidas, y de Forco, y la virgen Panopea escucharon sus preces; el mismo padre Portuno con su potente mano impelió la nave, que, más veloz que el noto o que leve saeta, vuela hacia la playa y penetra en el hondo puerto.
                Entonces el hijo de Anquises, después de llamar por sus nombres a todos los combatientes, según costumbre, declara vencedor a Cloanto por la robusta voz de un heraldo y ciñe sus sienes con el verde laurel; en seguida hace distribuir en donativo a cada nave tres becerros y vinos y un talento de plata, a su elección, a que añade mayores agasajos para los capitanes; para el vencedor una clámide de oro que circundan dos cenefas de púrpura Melibea.
               En ella se veía tejido el regio mancebo de la frondosa Ida fatigando a los veloces ciervos con el dardo y la carrera, fogoso y representando tan al natural que parecía vivo, en el momento en que la armígera ave de Júpiter va arrebatarle al firmamento con sus garras; vanamente los ancianos ayos del mancebo levantan las manos al cielo y ladran los perros enfurecidos.
                Al que por su valor había obtenido el segundo lugar, dio una loriga labrada, con tres hileras de leves mallas de oro, juntamente ornato y defensa, que el mismo Eneas, vencedor, arrebató a Demoleo junto al rápido Simios, al pié del alto Ilión; apenas podían llevar en hombros su complicada pesadumbre los esclavos Fegeo y Sagaris y, sin embargo, Demoleo cubierto con ella, perseguía en otro tiempo a los dispersos troyanos.
                Por tercer premio da dos calderas de bronce y dos preciosas copas de plata con figuras de resalte.
          Ya estaban premiados todos, y ufanos con sus presas iban los vencedores, la sien ceñida de púrpureas ínfulas, cuando desembarazado a duras penas de entre los fatales arrecifes, perdidos los remos, volvió Sergesto en su nave debilitada, con una sola de sus bandas de remeros, humillada y entre las risas del concurso.
                Cual serpiente cogida por mitad del cuerpo en un camino por ferrada rueda, o la que un caminante dejó malherida y medio muerta de una pedrada, pugna en vano por huir, retorciendo el cuerpo en largos anillos, tremenda en parte, encendidos los ojos, alza el cuello silbando, mientras dilacerada en otra por el golpe recibido, no puede recoger sus nudos y se doblega sobre sí misma; tal avanzaba la nave de Sergesto , rezagada por la falta de remos; empero hace fuerza de vela y entra en el puerto a todo trapo.
                 Eneas, satisfecho de ver salvada la nave y recobrados sus compañeros, da a Sergesto el prometido premio, que es una esclava del linaje de Creta, Foloe, non ignorante en las labores de Minerva y que daba el pecho a dos gemelos.

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Extractado del libro V de la Eneida de Virgilio

Publio Virgilio Marón

(Andes 70 - Brindisi 19 a. de C.):

Nació cerca de Mantua, en la Galia Cisalpina. Su educación, iniciada en Cremona y continuada en Mediolanum (Milán), fue completada en Roma. Pensaba ejercer la abogacía; pero, después de una actuación desafortunada en los tribunales, el modesto y tímido joven regresó a su granja y comenzó a escribir.
En el año 37 publicó sus Bucólicas o Eglogas en las que proclama la llegada de una edad de oro, que ha de ser anunciada por el nacimiento de un niño divino. Estas diez breves églogas de carácter idílico (a excepción de la cuarta, que es un panegírico de la casa de Augusto) tuvieron gran éxito.
Pasó los años comprendidos entre el 37 y el 29 a. de C. en Nápoles y sus proximidades, donde su timidez, observada con cariño por los napolitanos, le valió el sobrenombre de Parthenias (la Doncella).
Durante su estancia en Nápoles escribió las Geórgicas. Mecenas alentó su composición para apoyar a Augusto a promover un movimiento de retorno al campo.
Sus once últimos años los dedicó a la Eneida, poema épico en 12 libros que trata de la caída de Troya, de los viajes de Eneas y del establecimiento definitivo de una colonia troyana en el Lacio.
El año 19 marchó a Atenas con el propósito de completar su revisión final de la Eneida; pero, cuando apareció Augusto en aquella ciudad le apremió a que regresara a Roma, recogió su manuscrito aún sin terminar, y se unió al séquito imperial. Antes de que la nave llegara a Italia cayó enfermo y murió en Brundisium (Brindisi), el 21 de septiembre.
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